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El Zen de visión clara
Susan Jion Postal
Circa, 1991

Sobre el Zen por Dai-ō Kokushi, 1235-1309


Existe una realidad anterior incluso al cielo y a la tierra;
De hecho, no tiene forma, y mucho menos nombre;
Los ojos no pueden verla; no tiene voz que los oídos puedan detectar;
Llamarla Mente o Buddha viola su naturaleza,
Porque entonces se vuelve como una flor visionaria en el aire;
No es Mente, ni Buddha;
Absolutamente silencioso, y sin embargo iluminando de una manera misteriosa,
Se deja percibir sólo por la mirada clara;
Es el Dharma más allá de la forma y el sonido;
Es el Tao que no tiene nada que ver con las palabras.
Deseando atraer a los ciegos,
el Buddha ha dejado escapar juguetonamente palabras de su boca de oro;
El cielo y la tierra están desde entonces llenos de zarzas enredadas.
Oh, mis dignos amigos aquí reunidos,
Si deseáis escuchar la estruendosa voz del Dharma,
Agotad vuestras palabras, vaciad vuestros pensamientos,
Porque entonces podréis llegar a reconocer esta Esencia Única.
Dice el Hermano Hui: "El Dharma de Buddha
No debe entregarse a meros sentimientos humanos”.


El objetivo de la práctica es lograr una mirada clara. El Buda enseñó que desde el principio
nuestra verdadera naturaleza intrínseca es completa y perfecta, pero no la vemos. Tenemos
una extraña visión invertida de nuestra vida. Desde el principio no estamos separados de esa
realidad anterior al cielo y a la tierra. Esta vida misteriosa iluminadora no se ve, o si se ven
atisbos la vemos como algo que está ahí fuera. Esta maravillosa práctica zen consiste en
agotar las palabras y vaciar los pensamientos y llegar a conocer lo que ya está presente. No se
trata de crear una nueva conciencia o algo nuevo.
En cierto modo, lo que Buddha enseñó es que ya lo tenemos, lo tenemos todo, pero no nos
atrevemos a creerlo y, desde luego, no lo experimentamos. Tenemos que tener claro que
estamos hablando de dos niveles. El intrínseco, lo que ya existe primordialmente desde el
principio y el experiencial, lo que cada uno de nosotros es capaz de realizar en su vida. Así
que, aunque digamos que desde el principio estamos totalmente despiertos y que somos uno
con el universo, la mayoría de nosotros aún no lo hemos experimentado, y todos podemos
seguir profundizando en nuestra experiencia de ello.
Esta es una práctica de despertar, no de adquirir, no de añadir, nada. Es todo lo contrario, es
despojarse, soltarse, dejar ir, abrirse. Muy a menudo la gente viene y me pregunta, "oh, es tan
difícil soltar tal y tal cosa y estoy tan apegada". Y me doy cuenta de que esa palabra quizás nos
orienta mal, nos engaña. No podemos dejar ir en un sentido Zen; las cosas se caen. No puedo
decidir que voy a dejar ir, digamos, un hábito que no encuentro agradable, y creo que debo

dejarlo ir. Eso no es práctica, eso es sólo mover las partes, lo cual está bien, es una buena
terapia, pero eso no es lo que estamos haciendo aquí. No estamos eligiendo soltar esto y soltar
aquello y cambiarnos a nosotros mismos. Algo muy diferente ocurre en el cojín.
Las cosas se caen porque vemos su vacío esencial, su no-nada y dejan de tener peso y al
volverse ingrávidas se caen. Puede que ni siquiera lo sepamos hasta que miremos atrás y
veamos todos los pétalos, algo así como una rosa vieja. Vemos estos pétalos tirados a
nuestros pies y decimos, "oh, Dios mío, eso se ha caído". Pero no estamos aquí para tomar
tijeras de podar y cortar pedazos de nuestra vida que creemos que deben irse. Así que, cuando
hablamos de dejar ir en este sentido de la práctica Zen, por favor, no malentendamos. Soltar no
duele, lo que duele es aferrarse. Sentimos dolor porque estamos atascados. Dejar ir es alegría
y libre cuando las cosas se sueltan.
Entonces, ¿cómo es que no tenemos la visión clara? ¿Cuál es el origen de nuestra incapacidad
para ser uno en este momento? Buddha enseñó, creo que todas las grandes enseñanzas
enseñan que tiene que ver con un concepto de nuestro yo. Este yo que está separado de todo
lo que no es yo. Así que, como dijo Dogen Senji: "Estudiar el camino de Buddha es estudiar el
yo, estudiar el yo es olvidarse del yo, olvidarse del yo es ser iluminado por las 10.000 cosas".
Lograr la visión clara tiene mucho que ver con el yo, con el sentido de las fronteras del yo, con
derretirse, con desaparecer.
La mayoría de nosotros, si somos sinceros, acudimos a algún tipo de práctica espiritual para
añadir algo a nosotros mismos. Nos gusta bordar nuestra vida y decorarla. A veces pienso en
un sombrerito, como un gorrito, y venimos a la práctica, y nos ponemos este sombrerito
espiritual, y luego lo decoramos. "Oh, ahora hago Zen, ya sabes, hago Tai Chi y quizás un poco
de yoga y comida sana y macrobiótica y todas estas cosas buenas" y cada uno añade una
pequeña pluma. Eso no es dejarse llevar, eso es adquirir.
Estaría ofreciendo un flaco servicio si creáramos un lugar aquí donde la gente viniera y
añadiera otra decoración más. En realidad, a veces me preocupa, porque este lugar es tan
hermoso y tan tranquilo y a la gente le gusta estar aquí. Y me preocupa que la gente venga
sólo para sentirse bien, que es como empezamos todos. Que no haya una especie de
asentamiento en lo que la gente obtiene cuando viene y eso no le dé realmente libertad. Sólo
dará una especie de placer.
Kazan Egen Senji escribió sobre su puerta: "Quien quiera ganar la iluminación que no entre".
No se puede ganar; no se puede adquirir. Logrando la visión clara, empezamos, casi
literalmente, a ver a través de los muros del yo. Se produce una especie de transparencia. Al
tener los ojos claros, también podemos ver cómo funciona el yo, y eso es muy importante. No
estamos aquí sólo para sentirnos felices, llenos de buena energía, aunque eso puede ser una
pequeña parte de lo que ocurre en el cojín.
Tenemos que familiarizarnos con el que siempre lo controla todo. Así que esta lucidez es una
práctica de darse cuenta, de presenciar sin juzgar, con total neutralidad. Notar las reacciones
cuando surgen, notar el dolor cuando estamos atascados en algún sitio. ¿Podemos darnos
cuenta sin juzgar? No es tan fácil.
El mejor combustible que conozco para este viaje es sentarse en silencio, agotar nuestros
pensamientos y ser este momento, cuerpo, respiración y mente.

Esta enseñanza fue transcrita y traducida por Sai Ho Sandra Laureano, maestra laica del Centro.

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